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domingo, 20 de julio de 2014
11:15 a.m.
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CONQUISTA DEL TAWANTINSUYO
El final del Tawantinsuyu se anunció cuando Huayna Capac era el soberano y gobernaba desde Quito. En ese momento, recibió noticias del segundo viaje de los españoles. Pizarro había desembarcado en Tumbes, luego había vuelto a su carabela bajando por la costa hasta avizorar Chan Chan. Ahí tomó la decisión de retornar a España para armar una expedición en regla; el incario era demasiado imponente para las fuerzas que disponía entonces. Luego, se enfermó el inca viejo y su sucesor ya designado.
Llegaban las epidemias. En esta ocasión, se trataba de la viruela, una enfermedad del Viejo Mundo cuyos gérmenes viajaban más rápido que los conquistadores y atacaban con feroz mortalidad a poblaciones que carecían de defensas adecuadas. Ambos fallecieron y se creó un peligroso vacío de poder en el incario. La madre de Huascar era la Coya y al producirse la muerte de Huayna Capac, salió de Quito corriendo al Cuzco, donde hizo proclamar a su hijo como nuevo Inca. Pero, Huascar inició su gobierno con medidas radicales. El nuevo monarca intentó cortar el poder de las panacas, porque se había extendido en demasía y una enorme extensión de territorio estaba siendo privatizado por la aristocracia cuzqueña. Las decisiones de Huáscar fueron resistidas por las grandes familias aristocráticas y algunas se rebelaron llamando a Atahualpa para que encabece un levantamiento contra el Inca recién proclamado. Por su parte, Atahualpa era otro hijo de Huayna Capac que, junto con parte de la corte, había acompañado a su padre a Quito.
Atahualpa fue derrotado en una primera batalla y cayó preso de los cañaris, que eran un grupo étnico cuyo territorio estaba situado en la sierra del actual Ecuador. Pero, esa misma noche Atahualpa se escapó de prisión. Luego, contó que se había transformado en serpiente ganando su libertad a través de los barrotes de la celda. De acuerdo a su versión, era un dios y por lo tanto era invencible. Atahualpa logró dominar la muy cruenta guerra civil entre los incas y obtuvo una trabajosa victoria. Huascar había entregado el mando a varios generales que fueron vencidos, hasta que él mismo tomó la dirección de la guerra y el resultado fue peor para su causa, pues fue hecho prisionero. Ya era el fatídico año de 1532.
Estando en Cajamarca, Atahualpa fue informado de la reaparición de los hombres barbudos que cruzaban el mar. Decidió detener su marcha triunfal al Cuzco y recibir a los extranjeros que tanto habían intrigado a su padre. La capital inca ha sido capturada por el general Quisquis, leal a Atahualpa, quien había desatado una feroz represión sobre el sector de la aristocracia cuzqueña fiel al inca derrotado. En Jauja, en medio del Tawantinsuyu, permanecía otro ejército de Atahualpa, al mando del general Calcuchimac.
En el tercer viaje de la conquista, los españoles nuevamente desembarcaron en Tumbes y se trabaron en combates con los naturales. La tierra estaba desolada por la guerra civil entre los incas y ya no percibieron el orden y la amabilidad que encontraron durante el viaje anterior. Luego continuaron su marcha hacia el Piura actual. Cuando estaban cruzando el Sechura apareció un emisario de Atahualpa disfrazado de indio del común. Se llamaba Apo y se mezcló entre los indios que seguían a la hueste hispana como porteadores y proveedores. Apo curioseó demasiado en el campamento de los españoles y movió la ira de Hernando, quien era el único hidalgo de los cuatro hermanos Pizarro. Hernando pateó a Apo y al caer se desbarató el turbante que escondía sus grandes orejas. Fue identificado como orejón, miembro de la aristocracia inca. Al ponerse de pie, los indios cayeron postrados de hinojos. Los españoles tomaron conciencia que estaban ante un espía real y lo trataron de manera cuidadosa. Le entregaron una copa de cristal de Venecia y dos camisas de seda de la India como regalos para que lleve al Inca.
Los españoles llegaron hasta el actual Lambayeque y cuando se hallaban cerca de la cordillera retornó Apo. Esta vez vino como embajador, era portado en andas y traía el regalo de Atahualpa. Este presente consistía en una maqueta de una fortaleza y tres patos desollados. Pizarro se mostró desconcertado e interpretó el regalo como una señal de que Atahualpa confiaba en sus fortalezas y que amenazaba con desollarlos. Asimismo, Apo los invitó a subir a Cajamarca para entrevistarse con el Inca que los quería recibir.
Mientras tanto, Apo se había reunido con Atahualpa, informándole lo que había visto y juntos elaboraron un plan, que consistía en apoderarse de los caballos. El pool genético animal del Tawantinsuyu era bastante limitado, porque no había ningún animal mayor susceptible de ser montado o puesto a arar. Toda la agricultura y el transporte eran a pie. Los camélidos eran espléndidos animales, pero no estaba mal apoderarse de nuevas bestias que faciliten la vida económica y política del TawantinsuyuLos perros le habían parecido peligrosos porque los había visto comer carne, pero los caballos le movieron confianza porque eran hervívoros. Para apropiarse de los caballos dejaron entrar a los españoles y no los acabaron en cualquiera de los pasos de la cordillera. No les temían. Atahualpa se sentía hijo del Sol y, en tanto dios personificado, pensaba que su majestad sometería a cualquier mortal. Atahualpa vivía un momento particular de su vida, porque estaba exaltado por su victoria sobre Huascar y no tomó precauciones, sino que enfrentó los acontecimientos poseído por una fe ciega en su magnificencia.
La hueste española entró a Cajamarca; de acuerdo a lo convenido con Apo, la ciudad estaba prácticamente abandonada y la plaza vacía. Pero, durante la entrada, en cada nueva elevación, los españoles observaron tiendas, pertrechos y campamentos militares. Una vez en Cajamarca, Francisco Pizarro dispuso a su gente en tres grupos, guarecidos en las callancas de la plaza. En la más espaciosa ubicó a la caballería al mando de su hermano Hernando Pizarro y de otro Hernando, apellido de Soto, que luego fue conquistador de La Florida. La infantería estaba con él, en otra callanca de la plaza. Luego, envió una misión de veinte jinetes al mando de los dos Hernandos para entrevistarse con Atahualpa e invitarlo a venir a conversar a la plaza.
Los jinetes viajaron a los Baños del Inca, donde Atahualpa tenía su campamento real. Allí los recibió sentado en una alfombra y con la cabeza mirando al suelo. No les dirigió ni una mirada. No hablan la misma lengua, están incomunicados, salvo por dos intérpretes, Felipillo y Martinillo, ambos indios adolescentes raptados en ocasión del viaje anterior, que apenas dominaban ambos idiomas, puesto que ninguno de ellos era el suyo materno. Los intérpretes eran jóvenes comerciantes costeños que estando en una balsa habían sido raptados por los conquistadores. Ellos los había llevado hasta España y ahora retornaban como personajes cruciales de la empresa de conquista: los primeros mensajeros.
Era el 14 de noviembre de 1532. Al caer la noche, los españoles montaron guardia y observaron muy asustados como, en todos los cerros que rodeaban la ciudad, el ejército inca prendía fogatas que encendían la oscuridad como millares de estrellas. Según un cronista, los hombres se orinaban de miedo en los pantalones, sin tomar conciencia de sus actos. En la mañana del día siguiente, 15 de noviembre, Atahualpa inició ritos que fueron seguidos por el ejército, eran cantos rítmicos e incesantes, acompañados por coreografías en el sitio, sin desplazarse. Después de mediodía, los españoles se desesperaron y enviaron a uno de ellos a pie a apurar al inca; llegó hasta el campamento del inca, pero los indios no le prestaron mayor atención y continuaron su ceremonia. Hacia las tres de la tarde, el Inca inició su marcha hacia Cajamarca; ingresó a la plaza de armas en andas, cargado por miembros del grupo étnico de Lucanas, quienes tenían en gran honra ser los porteadores del soberano.
También en andas, aunque detrás, se hallaba el señor del Chinchaysuyu, quien pereció más tarde ese día. Delante del anda iban unos indios que recogían todo guijarro del camino, para que marche sobre suelo parejo y el Inca no se incomode. Estos indios estaban vestidos en escaques rojos. Detrás suyo, marchaban músicos y una enorme comparsa que danzaba rítmicamente; no entró a la plaza ningún guerrero inca, todos quedaron afuera. El Inca entró de ese modo porque iba a conversar con los españoles a invitarlos a pasarse a su bando y seguro que estaban muertos de miedo por las amenazas que habían podido percibir. Atahualpa ingresó a un baile ritual, a una ceremonia del poder, creyendo que una banda de infelices no podía hacerle daño.
Cuando Atahualpa llegó a la plaza se sorprendió al verla vacía, él había esperado encontrar al jefe de los barbudos. En su reemplazo, apareció el sacerdote dominico Vicente de Valverde acompañado por Felipillo. Atahualpa le alcanzó al sacerdote español un kero de oro lleno de chicha, para brindar en forma ritual y poder comenzar una conversación entre seres civilizados. Valverde se asustó, creyó que lo querían envenenar y arrojó la chicha al suelo. Atahualpa tomó este acto como una grave ofensa, pero se contuvo. Luego, el dominico leyó unos párrafos santos tomados de la Biblia , mientras crecía la rabia de Atahualpa, sentía que le leían frases incomprensibles y sin sentido; alcanzó a preguntar, ¿de dónde salen esas palabras? El fraile le contestó que del libro y se lo alcanzó. Al manipularlo, el Inca muy contrariado no entendió su contenido y lo arrojó lejos de sí.
En ese momento, Valverde dio la señal convenida, “Santiago a ellos” e irrumpió la caballería. En las patas de los corceles habían adherido campañillas para hacer fuerte ruido y su galope fue feroz, atropellaron a la gente para dispersarla y apartarla del inca. En el uschnu, una torrecilla que había en la plaza, estaba escondido Pedro de Candia, y dos artilleros, quienes, al grito de Valverde, dispararon un pequeño cañón, cuyo ruido contribuyó a sembrar el espanto. Los indios del cortejo se abalanzaron sobre los muros de la plaza, que era una construcción cerrada. Hubo una gran carnicería.
Liderando a los infantes, Pizarro se dirigió directamente hacia Atahualpa. Al llegar al pie del anda, los españoles aniquilaron a espadazos a los porteadores buscando que caiga el Inca; pero, ante el asombro generalizado de todos los cronistas que estuvieron presentes, los caídos eran reemplazados por otros cargadores Lucanas que no luchaban, simplemente seguían cargando al Inca y se dejaban matar. En ese momento, un español perdió la compostura y trató de asesinar a Atahualpa atravesándolo con una lanza, Francisco Pizarro se interpuso y cogió la lanza con su mano. Esa fue la única sangre española que corrió aquel día. Finalmente cayó el anda, el inca fue atrapado y llevado preso. La caballería persiguió a los dispersos y alcanzó hasta el real de Atahualpa, donde obtuvieron un cuantioso botín.
A la mañana siguiente, los guardias españoles avistaron un grupo de indios que se acercaban a la plaza. Creyendo que era el ejército de Atahualpa que venía a rescatarlo, levantaron a los suyos y se aprestaron al combate. Pero, estaban equivocados. Eran los cañaris, que venían a incorporarse a su bando. Era tal su odio contra Atahualpa, que fueron el primer grupo étnico que tomó partido por los europeos. Para proponer formalmente una alianza, los cañaris traían diversos regalos, incluyendo mujeres, que les entregaron a los españoles. Pizarro supo que su plan comenzaba a tener éxito. En efecto, los españoles llevaban cuarenta años en América, ya habían pasado las conquistas del Caribe y de México, por lo tanto tenían una experiencia acumulada en las guerras contra los nativos. Esa experiencia se traducía en una estrategia que guió las dos conquistas principales: aztecas e incas. El plan consistía en capturar al monarca en una primera emboscada y luego atizar las contradicciones entre los indios, para desatar una guerra entre nativos, que les permita apoderarse del país.
Después de reponerse de la impresión de verse prisionero, Atahualpa decidió negociar. Habiendo tomado conciencia de la codicia europea por los metales preciosos, ofreció un rescate. Una expedición de la alta nobleza inca, acompañada por un escuadrón de caballería español, dirigido por Hernando Pizarro, salió hacia Pachacamac para saquear las riquezas del antiguo oráculo costeño. En forma paralela, Atahualpa reunió una pequeña corte consigo y ordenó que algunas de las hijas de Huayna Capac vinieran para entregarlas a los principales conquistadores y entablar de ese modo relaciones de parentesco. En ese grupo llegó una joven alegre llamada Quispe Sisa, que era hija de Huayna Capac con la poderosa curaca de Huaylas. Aparentemente, Pizarro quedó prendado de la joven, pues participó de una ceremonia andina de compromiso y la tomó como mujer. Bautizada como Inés Huaylas, ella le dio dos hijos al conquistador, que fueron los primeros que tuvo en su larga vida, no obstante que ya era casi un anciano. La hija mayor fue llamada Francisca, doña Pancha, y años después, consolidaría la fortuna y los títulos de nobleza de los Pizarro al casarse con su tío Hernando en España.
Mientras tanto, los españoles recibieron refuerzos porque arribó Diego de Almagro con una nueva tropa que duplicó el número de la hueste hispana. Este segundo grupo no había participado de la captura del inca y por lo tanto carecía de derechos sobre el botín. Ellos querían continuar la conquista y presionaban para ajusticiar al Inca, ya que su prisión mantenía estancadas las operaciones. Lo lograron y Atahualpa fue ahorcado por medio del garrote. Durante la prisión del Inca, los españoles habían recibido la visita de los curacas cañaris, chachapoyas y huancas para sellar una alianza contra Atahualpa. Estos grupos étnicos habían sido conquistados por los cuzqueños y aspiraban a recuperar su autonomía. Creyeron que tenían una gran oportunidad sumándose a este nuevo poder que había irrumpido en los Andes. Entre otros, estos tres grupos fueron claves en la conquista porque guerrearon a favor de los europeos. Poco después de ajusticiar a Atahualpa, Pizarro se dirigió al Cuzco.
Nombró un inca títere, pero murió envenenado poco después de haber emprendido la marcha. Conciente que requería un inca de su lado, Pizarro buscó una segunda opción y la encontró en la persona de Manco Inca, que también era hijo de Huayna Capac, con la coya Mama Runtu, una integrante de la alta nobleza cuzqueña. En las guerras civiles entre los incas, Manco había combatido del lado de Huascar. En su calidad de reciente incorporado a la alianza, Manco participó de la lucha por el Cuzco a la vanguardia de un ejército integrado por los suyos, partidarios de Huascar, sumados a los españoles, chachapoyas, cañaris y huancas. Ese ejército combatió contra las tropas de Quisquis, que había sido un importante general de Atahualpa. Quisquis abandonó el Cuzco, pero salvó a su gente y cruzó con ellos todo el Tawantinsuyu, en un viaje épico de retroceso estratégico, para reaparecer en la región norteña de donde era originario. El general quiteño moriría defendiendo su región natal en un episodio posterior de la conquista.
De este modo, Pizarro entró al Cuzco de la mano de Manco, quien le abrió las puertas de la ciudad sagrada de los incas. Poco después se encendieron las disputas entre los españoles y Diego de Almagro partió para la frustrante conquista de Chile, basada en la infundada aspiración de encontrar otra gran civilización andina. La expedición de Almagro estuvo integrada por un grupo de aristócratas incas, incluyendo nada menos que al sumo sacerdote, el Vilac Umu. Los españoles se dividieron a cumplir diversas tareas después de recibir considerables refuerzos. En 1536 ya eran dos mil soldados hispanos en el Perú. Inicialmente, los Pizarro habían organizado la conquista como una empresa privada. Ellos habían financiado la expedición, hallado socios y juntado la gente. Por su parte, los integrantes de la hueste aportaban su propia cuota, financiaban su alimentación, compraban sus armas, eventualmente su caballo y valorizaban cada uno de sus aportes. En este sentido, los conquistadores eran una compañía, que firmaba una concesión con el Rey de España, en este caso la famosa Capitulación de Toledo. El monarca les concedía el derecho a conquistar un determinado territorio a cambio del 20% de todo lo el botín que recogieran. Pero, con el Rey llegarían los funcionarios reales y sus órdenes que luego normarán el régimen colonial. En este sentido, la conquista fue obra de una partida de soldados empresarios, funcionando como avanzada del Imperio español, que se hallaba viviendo una gigantesca expansión en todo el planeta. Estaba comenzando el capitalismo mundial.
Al llegar 1536, Manco Inca era conciente que el dominio español implicaba el sometimiento colonial a un nuevo poder que trascendía al mundo andino. Ese año se produjo el levantamiento de los incas y el llamado a sublevación de todos los andinos contra los invasores europeos. Empleando una estratagema, Manco salió del Cuzco y juntó a su gente en Yucay donde llamó a la rebelión. Comenzó la resistencia general. Manco dividió sus tropas en tres ejércitos. El primero fue enviado contra los huancas, para castigarlos por su apoyo a los españoles y para anunciar que el Inca no aceptaría más el colaboracionismo. El segundo fue dirigido contra Lima y tenía por consigna, “ a la mar barbudos”, queriendo echar a los españoles del mundo andino y obligarlos a regresar por dónde habían venido. El tercer ejército de Manco se lanzó a reconquistar el Cuzco y aniquilar a los españoles que habían hollado la capital sagrada.
El cerco del Cuzco se prolongó casi todo ese año, pero al llegar la temporada de labores agrícolas, Manco tuvo que licenciar a sus tropas porque era un ejército campesino que sumaba millares cuando tenían tiempo libre, pero que tenía pocos profesionales de la guerra. Los españoles habían resistido sostenidos por los cañaris y su momento de mayor angustia fue cuando Manco incendió el Cuzco y ellos se refugiaron en la iglesia del Triunfo. Cuando vieron que el cerco aflojaba, montaron una expedición que salió del Cuzco hacia el sur y dio la vuelta por las alturas para caer sobre Saqsawaman, donde se habían concentrado los guerreros profesionales de Manco. La batalla fue tremenda, murió uno de los Pizarro, Juan, y sin embargo los españoles se impusieron. Al final resistió en una torre el mítico Cahuide, uno de los grandes capitanes del Cuzco rebelde.
En forma paralela, un ejército inca puso cerco a Lima. En el camino recibieron el apoyo de los curacas locales del valle de Lima. Queda evidencia por ejemplo que los latis apoyaron al Inca, ellos tenían su centro en el moderno Ate. Para evitar a los caballos, intentaron tomar Lima por el río, puesto que las piedras dificultaban la maniobra de los equinos. El ejército de la resistencia inca estaba comandado por el general cuzqueño Quiso Yupanqui, quien murió peleando cuando los españoles recibieron refuerzos de los Huaylas. Francisco Pizarro había pedido ayuda a los parientes de su mujer y la madre de doña Inés, había enviado un ejército proveniente del callejón de Huaylas, para defender Lima con los hispanos contra los cuzqueños. De este modo, en cada una de las grandes batallas de la conquista, se hallan ejércitos de indígenas en ambos bandos, garantizando que al final el triunfo será de occidente. No se trató solamente de una superior tecnología militar, sino sobre todo de una capacidad política para desintegrar un imperio antiguo, de composición multiétnica, que no resistió la presión y se fragmentó ante el choque de civilizaciones. Luego, Manco Inca se refugió en Ollantaitambo; estaba iniciando su largo exilio interior, que culminó en las montañas de Vilcabamba. Allí, los últimos incas iban a durar cuarenta años de vana y heroica resistencia.
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