CONQUISTA DEL TAWANTINSUYO
El
final del Tawantinsuyu se anunció cuando Huayna Capac era el soberano y
gobernaba desde Quito. En ese momento, recibió noticias del segundo viaje de
los españoles. Pizarro había desembarcado en Tumbes, luego había vuelto a su
carabela bajando por la costa hasta avizorar Chan Chan. Ahí tomó la decisión de
retornar a España para armar una expedición en regla; el incario era demasiado
imponente para las fuerzas que disponía entonces. Luego, se enfermó el inca
viejo y su sucesor ya designado.
Captura del Inca Atahualpa |
Llegaban
las epidemias. En esta ocasión, se trataba de la viruela, una enfermedad del
Viejo Mundo cuyos gérmenes viajaban más rápido que los conquistadores y
atacaban con feroz mortalidad a poblaciones que carecían de defensas adecuadas.
Ambos fallecieron y se creó un peligroso vacío de poder en el incario. La madre
de Huascar era la Coya y al producirse la muerte de Huayna Capac, salió de
Quito corriendo al Cuzco, donde hizo proclamar a su hijo como nuevo Inca. Pero,
Huascar inició su gobierno con medidas radicales. El nuevo monarca intentó
cortar el poder de las panacas, porque se había extendido en demasía y una
enorme extensión de territorio estaba siendo privatizado por la aristocracia
cuzqueña. Las decisiones de Huáscar fueron resistidas por las grandes familias
aristocráticas y algunas se rebelaron llamando a Atahualpa para que encabece un
levantamiento contra el Inca recién proclamado. Por su parte, Atahualpa era
otro hijo de Huayna Capac que, junto con parte de la corte, había acompañado a
su padre a Quito.
Atahualpa
fue derrotado en una primera batalla y cayó preso de los cañaris, que eran un
grupo étnico cuyo territorio estaba situado en la sierra del actual Ecuador.
Pero, esa misma noche Atahualpa se escapó de prisión. Luego, contó que se había
transformado en serpiente ganando su libertad a través de los barrotes de la
celda. De acuerdo a su versión, era un dios y por lo tanto era invencible.
Atahualpa logró dominar la muy cruenta guerra civil entre los incas y obtuvo
una trabajosa victoria. Huascar había entregado el mando a varios generales que
fueron vencidos, hasta que él mismo tomó la dirección de la guerra y el
resultado fue peor para su causa, pues fue hecho prisionero. Ya era el fatídico
año de 1532.
Estando
en Cajamarca, Atahualpa fue informado de la reaparición de los hombres barbudos
que cruzaban el mar. Decidió detener su marcha triunfal al Cuzco y recibir a
los extranjeros que tanto habían intrigado a su padre. La capital inca ha sido
capturada por el general Quisquis, leal a Atahualpa, quien había desatado una
feroz represión sobre el sector de la aristocracia cuzqueña fiel al inca
derrotado. En Jauja, en medio del Tawantinsuyu, permanecía otro ejército de
Atahualpa, al mando del general Calcuchimac.
En
el tercer viaje de la conquista, los españoles nuevamente desembarcaron en
Tumbes y se trabaron en combates con los naturales. La tierra estaba desolada
por la guerra civil entre los incas y ya no percibieron el orden y la
amabilidad que encontraron durante el viaje anterior. Luego continuaron su
marcha hacia el Piura actual. Cuando estaban cruzando el Sechura apareció un
emisario de Atahualpa disfrazado de indio del común. Se llamaba Apo y se mezcló
entre los indios que seguían a la hueste hispana como porteadores y
proveedores. Apo curioseó demasiado en el campamento de los españoles y movió
la ira de Hernando, quien era el único hidalgo de los cuatro hermanos Pizarro.
Hernando pateó a Apo y al caer se desbarató el turbante que escondía sus grandes
orejas. Fue identificado como orejón, miembro de la aristocracia inca. Al
ponerse de pie, los indios cayeron postrados de hinojos. Los españoles tomaron
conciencia que estaban ante un espía real y lo trataron de manera cuidadosa. Le
entregaron una copa de cristal de Venecia y dos camisas de seda de la India
como regalos para que lleve al Inca.
Los
españoles llegaron hasta el actual Lambayeque y cuando se hallaban cerca de la
cordillera retornó Apo. Esta vez vino como embajador, era portado en andas y traía
el regalo de Atahualpa. Este presente consistía en una maqueta de una fortaleza
y tres patos desollados. Pizarro se mostró desconcertado e interpretó el regalo
como una señal de que Atahualpa confiaba en sus fortalezas y que amenazaba con
desollarlos. Asimismo, Apo los invitó a subir a Cajamarca para entrevistarse
con el Inca que los quería recibir.
Mientras
tanto, Apo se había reunido con Atahualpa, informándole lo que había visto y
juntos elaboraron un plan, que consistía en apoderarse de los caballos. El pool
genético animal del Tawantinsuyu era bastante limitado, porque no había ningún
animal mayor susceptible de ser montado o puesto a arar. Toda la agricultura y
el transporte eran a pie. Los camélidos eran espléndidos animales, pero no
estaba mal apoderarse de nuevas bestias que faciliten la vida económica y
política del TawantinsuyuLos perros le habían parecido peligrosos porque los
había visto comer carne, pero los caballos le movieron confianza porque eran
hervívoros. Para apropiarse de los caballos dejaron entrar a los españoles y no
los acabaron en cualquiera de los pasos de la cordillera. No les temían.
Atahualpa se sentía hijo del Sol y, en tanto dios personificado, pensaba que su
majestad sometería a cualquier mortal. Atahualpa vivía un momento particular de
su vida, porque estaba exaltado por su victoria sobre Huascar y no tomó
precauciones, sino que enfrentó los acontecimientos poseído por una fe ciega en
su magnificencia.
La
hueste española entró a Cajamarca; de acuerdo a lo convenido con Apo, la ciudad
estaba prácticamente abandonada y la plaza vacía. Pero, durante la entrada, en
cada nueva elevación, los españoles observaron tiendas, pertrechos y
campamentos militares. Una vez en Cajamarca, Francisco Pizarro dispuso a su
gente en tres grupos, guarecidos en las callancas de la plaza. En la más
espaciosa ubicó a la caballería al mando de su hermano Hernando Pizarro y de
otro Hernando, apellido de Soto, que luego fue conquistador de La Florida. La
infantería estaba con él, en otra callanca de la plaza. Luego, envió una misión
de veinte jinetes al mando de los dos Hernandos para entrevistarse con
Atahualpa e invitarlo a venir a conversar a la plaza.
Los
jinetes viajaron a los Baños del Inca, donde Atahualpa tenía su campamento
real. Allí los recibió sentado en una alfombra y con la cabeza mirando al
suelo. No les dirigió ni una mirada. No hablan la misma lengua, están
incomunicados, salvo por dos intérpretes, Felipillo y Martinillo, ambos indios
adolescentes raptados en ocasión del viaje anterior, que apenas dominaban ambos
idiomas, puesto que ninguno de ellos era el suyo materno. Los intérpretes eran
jóvenes comerciantes costeños que estando en una balsa habían sido raptados por
los conquistadores. Ellos los había llevado hasta España y ahora retornaban
como personajes cruciales de la empresa de conquista: los primeros mensajeros.
Era
el 14 de noviembre de 1532. Al caer la noche, los españoles montaron guardia y
observaron muy asustados como, en todos los cerros que rodeaban la ciudad, el
ejército inca prendía fogatas que encendían la oscuridad como millares de
estrellas. Según un cronista, los hombres se orinaban de miedo en los
pantalones, sin tomar conciencia de sus actos. En la mañana del día siguiente,
15 de noviembre, Atahualpa inició ritos que fueron seguidos por el ejército,
eran cantos rítmicos e incesantes, acompañados por coreografías en el sitio,
sin desplazarse. Después de mediodía, los españoles se desesperaron y enviaron
a uno de ellos a pie a apurar al inca; llegó hasta el campamento del inca, pero
los indios no le prestaron mayor atención y continuaron su ceremonia. Hacia las
tres de la tarde, el Inca inició su marcha hacia Cajamarca; ingresó a la plaza
de armas en andas, cargado por miembros del grupo étnico de Lucanas, quienes tenían
en gran honra ser los porteadores del soberano.
También
en andas, aunque detrás, se hallaba el señor del Chinchaysuyu, quien pereció
más tarde ese día. Delante del anda iban unos indios que recogían todo guijarro
del camino, para que marche sobre suelo parejo y el Inca no se incomode. Estos
indios estaban vestidos en escaques rojos. Detrás suyo, marchaban músicos y una
enorme comparsa que danzaba rítmicamente; no entró a la plaza ningún guerrero
inca, todos quedaron afuera. El Inca entró de ese modo porque iba a conversar
con los españoles a invitarlos a pasarse a su bando y seguro que estaban
muertos de miedo por las amenazas que habían podido percibir. Atahualpa ingresó
a un baile ritual, a una ceremonia del poder, creyendo que una banda de
infelices no podía hacerle daño.
Cuando
Atahualpa llegó a la plaza se sorprendió al verla vacía, él había esperado
encontrar al jefe de los barbudos. En su reemplazo, apareció el sacerdote
dominico Vicente de Valverde acompañado por Felipillo. Atahualpa le alcanzó al
sacerdote español un kero de oro lleno de chicha, para brindar en forma ritual
y poder comenzar una conversación entre seres civilizados. Valverde se asustó,
creyó que lo querían envenenar y arrojó la chicha al suelo. Atahualpa tomó este
acto como una grave ofensa, pero se contuvo. Luego, el dominico leyó unos
párrafos santos tomados de la Biblia , mientras crecía la rabia de Atahualpa,
sentía que le leían frases incomprensibles y sin sentido; alcanzó a preguntar,
¿de dónde salen esas palabras? El fraile le contestó que del libro y se lo
alcanzó. Al manipularlo, el Inca muy contrariado no entendió su contenido y lo
arrojó lejos de sí.
En
ese momento, Valverde dio la señal convenida, “Santiago a ellos” e irrumpió la
caballería. En las patas de los corceles habían adherido campañillas para hacer
fuerte ruido y su galope fue feroz, atropellaron a la gente para dispersarla y
apartarla del inca. En el uschnu, una torrecilla que había en la plaza, estaba
escondido Pedro de Candia, y dos artilleros, quienes, al grito de Valverde,
dispararon un pequeño cañón, cuyo ruido contribuyó a sembrar el espanto. Los
indios del cortejo se abalanzaron sobre los muros de la plaza, que era una
construcción cerrada. Hubo una gran carnicería.
Liderando
a los infantes, Pizarro se dirigió directamente hacia Atahualpa. Al llegar al
pie del anda, los españoles aniquilaron a espadazos a los porteadores buscando
que caiga el Inca; pero, ante el asombro generalizado de todos los cronistas
que estuvieron presentes, los caídos eran reemplazados por otros cargadores
Lucanas que no luchaban, simplemente seguían cargando al Inca y se dejaban
matar. En ese momento, un español perdió la compostura y trató de asesinar a
Atahualpa atravesándolo con una lanza, Francisco Pizarro se interpuso y cogió la
lanza con su mano. Esa fue la única sangre española que corrió aquel día.
Finalmente cayó el anda, el inca fue atrapado y llevado preso. La caballería
persiguió a los dispersos y alcanzó hasta el real de Atahualpa, donde
obtuvieron un cuantioso botín.
A
la mañana siguiente, los guardias españoles avistaron un grupo de indios que se
acercaban a la plaza. Creyendo que era el ejército de Atahualpa que venía a
rescatarlo, levantaron a los suyos y se aprestaron al combate. Pero, estaban
equivocados. Eran los cañaris, que venían a incorporarse a su bando. Era tal su
odio contra Atahualpa, que fueron el primer grupo étnico que tomó partido por
los europeos. Para proponer formalmente una alianza, los cañaris traían
diversos regalos, incluyendo mujeres, que les entregaron a los españoles.
Pizarro supo que su plan comenzaba a tener éxito. En efecto, los españoles
llevaban cuarenta años en América, ya habían pasado las conquistas del Caribe y
de México, por lo tanto tenían una experiencia acumulada en las guerras contra
los nativos. Esa experiencia se traducía en una estrategia que guió las dos
conquistas principales: aztecas e incas. El plan consistía en capturar al
monarca en una primera emboscada y luego atizar las contradicciones entre los
indios, para desatar una guerra entre nativos, que les permita apoderarse del
país.
Después
de reponerse de la impresión de verse prisionero, Atahualpa decidió negociar.
Habiendo tomado conciencia de la codicia europea por los metales preciosos,
ofreció un rescate. Una expedición de la alta nobleza inca, acompañada por un
escuadrón de caballería español, dirigido por Hernando Pizarro, salió hacia
Pachacamac para saquear las riquezas del antiguo oráculo costeño. En forma
paralela, Atahualpa reunió una pequeña corte consigo y ordenó que algunas de
las hijas de Huayna Capac vinieran para entregarlas a los principales
conquistadores y entablar de ese modo relaciones de parentesco. En ese grupo
llegó una joven alegre llamada Quispe Sisa, que era hija de Huayna Capac con la
poderosa curaca de Huaylas. Aparentemente, Pizarro quedó prendado de la joven,
pues participó de una ceremonia andina de compromiso y la tomó como mujer.
Bautizada como Inés Huaylas, ella le dio dos hijos al conquistador, que fueron
los primeros que tuvo en su larga vida, no obstante que ya era casi un anciano.
La hija mayor fue llamada Francisca, doña Pancha, y años después, consolidaría
la fortuna y los títulos de nobleza de los Pizarro al casarse con su tío
Hernando en España.
Mientras
tanto, los españoles recibieron refuerzos porque arribó Diego de Almagro con
una nueva tropa que duplicó el número de la hueste hispana. Este segundo grupo
no había participado de la captura del inca y por lo tanto carecía de derechos
sobre el botín. Ellos querían continuar la conquista y presionaban para
ajusticiar al Inca, ya que su prisión mantenía estancadas las operaciones. Lo
lograron y Atahualpa fue ahorcado por medio del garrote. Durante la prisión del
Inca, los españoles habían recibido la visita de los curacas cañaris, chachapoyas
y huancas para sellar una alianza contra Atahualpa. Estos grupos étnicos habían
sido conquistados por los cuzqueños y aspiraban a recuperar su autonomía.
Creyeron que tenían una gran oportunidad sumándose a este nuevo poder que había
irrumpido en los Andes. Entre otros, estos tres grupos fueron claves en la
conquista porque guerrearon a favor de los europeos. Poco después de ajusticiar
a Atahualpa, Pizarro se dirigió al Cuzco.
Nombró
un inca títere, pero murió envenenado poco después de haber emprendido la
marcha. Conciente que requería un inca de su lado, Pizarro buscó una segunda
opción y la encontró en la persona de Manco Inca, que también era hijo de
Huayna Capac, con la coya Mama Runtu, una integrante de la alta nobleza
cuzqueña. En las guerras civiles entre los incas, Manco había combatido del
lado de Huascar. En su calidad de reciente incorporado a la alianza, Manco
participó de la lucha por el Cuzco a la vanguardia de un ejército integrado por
los suyos, partidarios de Huascar, sumados a los españoles, chachapoyas,
cañaris y huancas. Ese ejército combatió contra las tropas de Quisquis, que
había sido un importante general de Atahualpa. Quisquis abandonó el Cuzco, pero
salvó a su gente y cruzó con ellos todo el Tawantinsuyu, en un viaje épico de retroceso
estratégico, para reaparecer en la región norteña de donde era originario. El
general quiteño moriría defendiendo su región natal en un episodio posterior de
la conquista.
De
este modo, Pizarro entró al Cuzco de la mano de Manco, quien le abrió las
puertas de la ciudad sagrada de los incas. Poco después se encendieron las
disputas entre los españoles y Diego de Almagro partió para la frustrante
conquista de Chile, basada en la infundada aspiración de encontrar otra gran
civilización andina. La expedición de Almagro estuvo integrada por un grupo de
aristócratas incas, incluyendo nada menos que al sumo sacerdote, el Vilac Umu.
Los españoles se dividieron a cumplir diversas tareas después de recibir
considerables refuerzos. En 1536 ya eran dos mil soldados hispanos en el Perú.
Inicialmente, los Pizarro habían organizado la conquista como una empresa
privada. Ellos habían financiado la expedición, hallado socios y juntado la
gente. Por su parte, los integrantes de la hueste aportaban su propia cuota, financiaban
su alimentación, compraban sus armas, eventualmente su caballo y valorizaban
cada uno de sus aportes. En este sentido, los conquistadores eran una compañía,
que firmaba una concesión con el Rey de España, en este caso la famosa
Capitulación de Toledo. El monarca les concedía el derecho a conquistar un
determinado territorio a cambio del 20% de todo lo el botín que recogieran.
Pero, con el Rey llegarían los funcionarios reales y sus órdenes que luego
normarán el régimen colonial. En este sentido, la conquista fue obra de una
partida de soldados empresarios, funcionando como avanzada del Imperio español,
que se hallaba viviendo una gigantesca expansión en todo el planeta. Estaba
comenzando el capitalismo mundial.
Resistencia de Manco Inca |
Al
llegar 1536, Manco Inca era conciente que el dominio español implicaba el
sometimiento colonial a un nuevo poder que trascendía al mundo andino. Ese año
se produjo el levantamiento de los incas y el llamado a sublevación de todos
los andinos contra los invasores europeos. Empleando una estratagema, Manco
salió del Cuzco y juntó a su gente en Yucay donde llamó a la rebelión. Comenzó
la resistencia general. Manco dividió sus tropas en tres ejércitos. El primero
fue enviado contra los huancas, para castigarlos por su apoyo a los españoles y
para anunciar que el Inca no aceptaría más el colaboracionismo. El segundo fue
dirigido contra Lima y tenía por consigna, “ a la mar barbudos”, queriendo
echar a los españoles del mundo andino y obligarlos a regresar por dónde habían
venido. El tercer ejército de Manco se lanzó a reconquistar el Cuzco y
aniquilar a los españoles que habían hollado la capital sagrada.
El
cerco del Cuzco se prolongó casi todo ese año, pero al llegar la temporada de
labores agrícolas, Manco tuvo que licenciar a sus tropas porque era un ejército
campesino que sumaba millares cuando tenían tiempo libre, pero que tenía pocos
profesionales de la guerra. Los españoles habían resistido sostenidos por los
cañaris y su momento de mayor angustia fue cuando Manco incendió el Cuzco y
ellos se refugiaron en la iglesia del Triunfo. Cuando vieron que el cerco
aflojaba, montaron una expedición que salió del Cuzco hacia el sur y dio la
vuelta por las alturas para caer sobre Saqsawaman, donde se habían concentrado
los guerreros profesionales de Manco. La batalla fue tremenda, murió uno de los
Pizarro, Juan, y sin embargo los españoles se impusieron. Al final resistió en
una torre el mítico Cahuide, uno de los grandes capitanes del Cuzco rebelde.
En
forma paralela, un ejército inca puso cerco a Lima. En el camino recibieron el
apoyo de los curacas locales del valle de Lima. Queda evidencia por ejemplo que
los latis apoyaron al Inca, ellos tenían su centro en el moderno Ate. Para
evitar a los caballos, intentaron tomar Lima por el río, puesto que las piedras
dificultaban la maniobra de los equinos. El ejército de la resistencia inca
estaba comandado por el general cuzqueño Quiso Yupanqui, quien murió peleando
cuando los españoles recibieron refuerzos de los Huaylas. Francisco Pizarro
había pedido ayuda a los parientes de su mujer y la madre de doña Inés, había
enviado un ejército proveniente del callejón de Huaylas, para defender Lima con
los hispanos contra los cuzqueños. De este modo, en cada una de las grandes
batallas de la conquista, se hallan ejércitos de indígenas en ambos bandos,
garantizando que al final el triunfo será de occidente. No se trató solamente
de una superior tecnología militar, sino sobre todo de una capacidad política
para desintegrar un imperio antiguo, de composición multiétnica, que no
resistió la presión y se fragmentó ante el choque de civilizaciones. Luego,
Manco Inca se refugió en Ollantaitambo; estaba iniciando su largo exilio
interior, que culminó en las montañas de Vilcabamba. Allí, los últimos incas
iban a durar cuarenta años de vana y heroica resistencia.
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